El cambio climático es una amenaza real y urgente que pone en peligro la supervivencia de nuestra especie y la vida tal como la conocemos. A pesar de las evidencias, nuestra civilización no ha logrado los objetivos que se proponía para limitar el aumento de las temperaturas. Los países de altos ingresos y las grandes empresas tienen mucho que ver.
Los compromisos contraídos por los Estados en el marco de acuerdos internacionales se violan sistemáticamente. Según la Organización Meteorológica Mundial, ahora hay un 66 % de posibilidades de que superemos el umbral de 1,5 °C establecido por el acuerdo de París en 2015 en al menos uno de los próximos cinco años. Tampoco hay mucho progreso en el sector privado. Todos los días leo en la prensa que las grandes empresas están dejando de lado sus objetivos de sostenibilidad para mantener sus ganancias de capital.
Actualmente estamos discutiendo en París, gracias en particular a la iniciativa de la Primera Ministra de Barbados, Mia Mottley, de mecanismos que podrían frenar el cambio climático y revertir la tendencia. Acojo con beneplácito esta iniciativa y deseo expresar mi punto de vista sobre cómo podemos avanzar hacia una transición energética justa.
Como les he dicho repetidamente a los líderes mundiales, los países con alto contenido de carbono, que también son los que tienen los mayores recursos económicos y albergan instituciones financieras mundiales, tienen la responsabilidad de «meterse las manos en el bolsillo» para financiar la transición energética.