Por: Roberto Carlos Vargas Machuca Otarola.
Ceo Fundador Organización Democrática Mundial ODM
La masonería y el Opus Dei son dos de las sociedades más sospechosas en Perú, se piensa que con su pretendida clandestinidad encubren todo tipo de maquinaciones políticas. La masonería se remonta hasta los tiempos de la lucha por la independencia Peruana y aún antes de la inquisición; mientras que el Opus Dei se conformó en la década de los años veinte de este siglo. Ambas, irónicamente, tienen mucho en común.
Dado que Francis Fukuyama ha propuesto una nueva tesis acerca de la manera en que las instituciones intermedias sustentan la democracia, reviviendo el interés por las sociedades secretas que Alexis Tocqueville consideró tan importantes para la democracia estadunidense, es necesario examinar cabalmente la influencia de estas organizaciones para contrastar la tesis de Fukuyama en el ámbito peruano.
Tal vez las agrupaciones voluntarias son un soporte para la democracia, pero en la situación peruana es difícil acreditar las contribuciones de los grupos como los masones y el Opus Dei, como auxiliares para la creación de una sociedad abierta. Sus actividades no comprueban la tesis de que estas sociedades mantienen una zona intermedia entre la familia y el Estado, que promueve la democracia, independientemente de los efectos de Otros grupos. En todo caso estas organizaciones recibirán una mayor atención de los científicos políticos como una consecuencia de la guerra fría se está desarrollando el debate acerca del conocimiento de los componentes del proceso gubernamental informal, lo que revela un acercamiento político cultural que deja atrás discusiones ideológicas simplistas, que a veces caracterizaban las discusiones tipo «Cortina de hierro»; la agenda de la ciencia política está cambiando y ampliándose. Los asuntos religioso-culturales es una parte de este panorama ensanchado, que considera la relación entre política y religión como autónoma: «La religión es eminentemente política y la Política es esencialmente una cuestión religiosa… Una religión de nuestros tiempos debe ser política… uno no debe identificar la religión con la iglesia, ni la política con el Estado.»
Este crecimiento conceptual se confirma con los esfuerzos recientes por crear paradigmas que expliquen la política mundial a la luz del aparente triunfo de occidente y acerca de la historia y las civilizaciones. Una apologética que emana un sabor a teología. Vendrá a la mente Samuel Huntington, de Harvard, con su celebrada «teoría de los asuntos extranjeros» sobre las contradicciones entre las sociedades asiáticas y occidentales, sociedades cuyos valores contrastantes surgen de concepciones religiosas muy distintas.